Aquella noche no dejaba de ser otra más,otra como tantas,salvo que en la cabeza no dejaba de rondarme el sueño que había tenido el día anterior...,una ficha de casino en mi mano derecha,y de ésta,goteando sangre ya coagulada de no sé qué tipo....humana....animal...o de qué extraña criatura podría haber salido, y menos,encontrarse en mis manos.

La ronda nocturna por aquellos grandes almacenes,de largos pasillos sin luz,interminables a mis ojos y a la pequeña luz de mi insignificante linterna,resultaba más larga y aterradora de lo que normalmente solía ser.No sé si hice bien en aceptar aquel puesto de trabajo como vigilante nocturno en aquella zona,alejada de todo núcleo urbano y de contacto con cualquier persona.Sólo Sultán, el pastor alemán que en ese momento caminaba junto a mí, y que formaba parte del equipo,podía tranquilizarme.

Habiendo llegado a la mitad de la nave, comencé a escuchar ruidos anormales.

--¡ Pero qué coño !--,no me acordaba que aún tenía conectado mi mp3 y estaba sonando una canción de Infernoise,un grupo de metal,cuyo cantante tenía una potente voz desgarradora,la cual hizo que,en un momento de miedo comenzase a tener fríos sudores y un escalofrío recorriese mi cuerpo desde la cabeza hasta los pies.

Sultán comenzó a realizar unos gruñidos extraños -- ¡qué ocurre!, ¿has visto algo?--,en aquel instante apagué el aparato de sonido y me aferré a la defensa como si mi vida dependiese de ella.No sabía qué hacer ni cómo actuar,sólo se me ocurría enfocar la linterna para todos los lados esperando a que cualquier persona o cosa saliera de la nada.

Nada más lejos de que Sultán estuviese más calmado, empezó a reaccionar de un modo más brusco, pegaba tirones de la correa,la mordía,saltaba,ladraba y su único empeño era el quedar libre de mis manos. No lo pensé dos veces, le saqué el bozal de aluminio que los perros de seguridad suelen llevar puestos y le retiré el arnés que le obligaba a estar pegado a mí,en aquel instante, de mi boca salieron tres palabras de orden hacia mi compañero.: --¡ tack,Sultán,tack !--siempre pensé que en algún momento, las palabras de orden de ataque dirigidas a mi compañero canino servirían para algo ,seguidamente el animal salió corriendo hacia la oscuridad perdiéndolo de vista en pocos segundos.

De repente, me encontraba caminando solo. Cada paso que daba,cada movimiento que realizaba, se juntaba con el fuerte y acelerado ritmo del latido de mi corazón.Tenía la extraña sensación de que me estaban observando,supongo que todas las personas se han encontrado en algún momento de sus vidas en esta situación,a diferencia que yo estaba en un lugar solitario,¿quién podría estar tan cerca de mí como para sentirme así?,el pánico iba abriéndose camino en mi estómago a modo de nervios, imaginaba que podrían haber cosas donde sólo había vacío. La mente me estaba empezando a jugar malas pasadas,así,que decidí salir corriendo.Me encontraba llegando a la zona iluminada, y , necesitaba saber dónde se encontraba mi compañero,así que pegué un par de silbidos, y a unos 50 metros ví corriendo a Sultán hacia mí.

Llevaba algo en la boca,no me dejó ni que me acercase para sacárselo así que no pude impedir que se lo tragara de una sola vez,parecía una serpiente en vez de un perro,fué visto y no visto. En el último momento pude ver algo colgando de su morro,parecía una cola de roedor pero resultaba bastante grande habiendo visto las dimensiones de lo que normalmente se movía por los almacenes.

 

Ya faltaban apenas 2 horas para terminar mi turno,así que me metí en el cuarto,eché el cierre y estuve lo más tranquilo y callado posible para evitar empeorar mi situación de ánimo.

A la mañana siguiente,decidí actuar como si nada hubiese pasado,es más,no hablé nada de lo ocurrido con mi compañero,simplemente lo dejé estar.

No pasaba más de una hora que estaba en mi casa intentando conciliar el sueño cuando,de repente, comenzó a sonar el teléfono.Me resultaba bastante desagradable,apenas había hecho un rato que había terminado mi turno y ese característico sonido me iba descubriendo que iba a ser una mañana bastante movida. Descolgué el auricular de mala gana y lo primero que logré adivinar fué la voz de mi jefe.--¡Qué has hecho Frank,qué carajos le diste de comer a Sultán!--,desde luego la voz no parecía de buenos amigos, notaba como si estuviese a mi lado gritándome, casi podía notar aquella cabeza pegada a mi cogote, gesticulando y haciendo interminables preguntas,--¡te quiero ver en la oficina ya!¡ ,y no me vengas diciendo que hace 2 horas acabaste tu turno,me importa una mierda!.

Tiré el teléfono contra la pared y lo hice pedazos, apenas había podido estar tumbado unos minutos, así que mi estado de cólera sobrepasaba límites insospechados.

 

Tuve que darme una ducha para poderme despejar,y así,aprovechar para estar un rato tranquilo en silencio,dándole vueltas a la cabeza,pensando qué era lo que diría en la oficina. No tenía motivo aparente para haberle quitado el bozal a Sultán,¿qué le podría decir a un capullo como el Señor Mayers?,aparte de ser mi jefe, era un personaje de los que se denominan "nuevos ricos".Con apenas treinta y dos años,había heredado de su padre una empresa de índole internacional,con más de 10.000 trabajadores y ganancias mensuales multimillonarias. Supongo que Sultán habría tenido algún problema por el tema de la rata y le habría costado caro el supuesto lavado de estómago,la verdad es que no tenía ni idea. En fin, estaba preparado para casi cualquier cosa.

Cuando salí de la ducha,quedé mirándome en aquel espejo de grandes dimensiones,el cual era así porque el baño era muy pequeño y al reflejarse las paredes,le daba profundidad con el consiguiente aspecto de amplitud.

Miraba a mi alrededor,observaba la casa desde el baño ya que la puerta permanecía abierta,¿cómo podía haber acabado en un cuchitril como ese?,el salón se juntaba con la cocina,la habitación (mejor dicho la cama),puesto que sólo un triste biombo separaba la zona de descanso con la de vida diaria, estaba al lado del baño,y aquella pequeña puerta,agujereada a golpes por el anterior inquilino,era la que separaba "sólo a la vista" de que si alguien venía a mi casa, llegase a verme haciendo mis necesidades,ya que los olores.....los olores,era imposible que pudiesen salir por aquella ventanita de como mucho diez por diez centímetros de cada lado,en la cual había puesto una planta para,por lo menos,poder tapar el edor que no sólo salía de las tuberías del baño,si no que también entraban a la casa por el patio interior que el vecino del piso de abajo usaba como parque para que sus animalitos hiciesen sus necesidades.

Volví a encontrarme delante del espejo,y pude ver a un tipo desaliñado,pelo corto,barba de por lo menos una semana,barriga que parecía que el régimen que llevaba era deportivo y no alimenticio. No había vuelto a pisar un gimnasio hacía por lo menos un par de años,y,desgraciadamente lo notaba físicamente.Mi cara parecía la de un vagabundo,mis ojos verdes,que en anteriores momentos de mi vida fueron motivo de piropo,ahora se veían empequeñecidos por el paso de los años,arrugados,sombríos y con falta de brillo. Mis dientes estaban torcidos,y,a pesar de que llevaba una higiene correcta diaria,se veían amarillos por el consumo excesivo de café y tabaco.

Comenzé a afeitarme,y cuando ya casi había terminado,--¡joder,menudo corte!,¿dónde coño están las tiritas?,con lo pequeña que es la casa y aun así no encuentro nada--. Recurrí al más antíguo trucos en estos casos,un trocito de papel de baño humedecido con agua y puesto sobre la herida. Lo que tardé en lavarme los dientes,vestirme aparentemente de la forma más correcta para ir a ver al Señor Mayers,y bajé las escaleras de aquer tercer piso de un bloque de apartamentos,los cuales,los más tranquilos y silenciosos,eran los que tenían el precinto policial en la entrada de "prohibido el paso,escena del crimen",el cual habiendo pasado más de dos meses sin movimiento dentro del inmueble,lo usaban los yonkis de los barrios más pobres de Seattle para poder chutarse su dósis diaria,para ellos "elixir de la vida",el cual les hacía ver su vida de otra manera,aunque a sabiendas de que se dirigían a una muerte segura.

Bajé por fin las últimas seis escaleras que separaban la puerta del bloque con la acera de la calle,"tierra firme" y aun así me resultaba extraño el haber bajado sin ningún tipo de problema o encontronazo con ningún inquilino. Estaba acostumbrado a bajar esquivando golpes,disparos o incluso algún que otro tipo volando por los aires,saliendo de algún apartamento de esa manera por supuestos ajustes de cuentas,o,por qué no decir,evitando a las toxicómanas,que,sentadas en los pasillos mostrando su sexo sin tapujos,te ofrecían favores sexuales de todo tipo,a cambio, por supuesto,de algo de dinero,o droga para poder ponerse de algo,evitando así la fase interminable "del mono",y que desgraciadamente veía casi a diario. Había días que,incluso los propios toxicómanos añadían algún tipo de sustancia para poder aumentar la dósis y,así poder recibir algún tipo de favor a cambio de su mitad,ya que no podrían conseguir ningún tipo de relación sexual con ninguna persona normal que, por lo menos se considerase cuerda aunque fuese solo un mínimo.

Después de estar caminando durante casi veinte largos minutos,ya que aún no había cobrado la mensualidad del trabajo y no tenía ni para pagar un taxi,logré encontrarme delante de aquel edificio acristalado de altura interminable en la mayor Avenida de Seattle.

Encontrándome delante de las puertas giratorias de acceso al hall que presidía la enorme entrada de la edificación,tomé aire,y con un paso firme,decidido y sin ningún tipo de titubeo,me planté en el ascensor,subiendo hasta el piso treinta y ocho,lugar donde se encontraban las oficinas de la empresa Mayers Security Enterprises, de la cual era trabajador desde hacía casi seis años.

En el ascensor me encontré con Françoise Mayers,hermanastro del Señor Mayers,hijo también del Fundador de la empresa Steven Franklin Mayers,nacido de una relación extra matrimonial con una famosa cabaretera parisina,de la cual nunca quiso escuchar su nombre hasta el día de su fallecimiento,ya que se sabía a ciencia cierta de sus diversos deslices amorosos con varios empresarios de la Costa Oeste de Estados Unidos con una única finalidad, engordar su cuenta bancaria con no digamos muchos esfuerzos,a base de trabajos entre sábanas.

En aquel mismo momento,Françoise me miró con una sonrisa irónica:--Se escucha por la oficina que te llevas muy bien con los animales--

--Claro que sí,¿no ves? por eso estoy hablando con uno ahora mismo,lo tengo delante de mí--,le contesté sin vacilaciones.

Repentinamente cambió la cara,pero tuvo la desfachated de tirarme la última pregunta:--¿Crees que podrías quedarte este fin de semana con mi pequeño Yorkshire?,siempre y cuando siga vivo al día siguiente--.Fué a mí en aquel momento al que le cambió el gesto,no podía creer lo que estaba escuchando,esperaba que Sultán se encontrase bien,de lo contrario casi adivinaba que podría tener un pie dentro y otro fuera de la empresa.

El ascensor se paró en el piso treinta y siete,se abrieron las puertas y pude ver una gran sala de juntas con un mini-bar al fondo del que se divisaba la mayoría de la Costa Oeste de Seattle. No tenía muchas ganas de que aquel ascensor subiera el piso restante que quedaba para llegar a la oficina,y menos aún si cabía,que al llegar al despacho del jefe las primeras palabras tratasen sobre el fallecimiento de Sultán,pero ninguna de las dos cosas se hizo esperar. En primer lugar, el ascensor no falló, y al llegar a la planta treinta y ocho se abrieron las puertas.

Tenía que cruzar por el centro de un largo pasillo,lleno de ordenadores, trabajadores ocupados,centralitas receptoras de alarmas,circuitos cerrado de televisión, y unos módulos electrónicos que se agolpaban en ambos lados,llenos de luces intermitentes encendiéndose y apagándose,aquello parecía la principal calle de Las Vegas.

A mis pasos,todo el mundo se giraba para mirarme,parecían robots chequeando los pasos que realizaba,me observaban con rostros hieráticos y desencajados,me hacía recordar a aquellas novelas que leía,en las que una persona vestía un mono de color naranja y cadenas que, colocadas en las manos y los pies,entorpecían el paso normal del individuo. Se dirigía ni más ni menos hacia lo que sería el último capítulo de su vida.

Acabaría de cruzar el corredor de la muerte,cuyo tramo finalizaba en una habitación con paredes acristaladas,y una cama del tipo de los hospitales, en la que al lado,se encontraba el sacerdote,esperando al preso,para darle absolución de todos los pecados rezando por su alma,y detrás de aquellas enormes cristaleras se encontraban los testigos presenciales con gestos extraños. Por un momento me sentía como si me estuviera dirigiendo a mi final, a mi último episodio,hasta que,en un momento de cordura,me apoyé en el cerco de una puerta de color roble. Me encontraba en el despacho del señor Mayers,el cual al verme, me invitó a sentarge en un acogedor sillón,forrado en piel de color negro, creo que era el mismo en el que me senté hacía seis años para firmar mi contrato de trabajo,con la diferencia en que yo me encontraba en un momento de mi vida estupendo,era feliz de verdad. En ese momento apenas podía encadenar alguna palabra con otra para formar alguna oración, por muy pequeña que fuese. Tenía los nervios a flor de piel,en cambio,la persona que tenía enfrente de mí no paraba de mostrarme el sillón con una sonrisa amable que le cruzaba casi de oreja a oreja. Me resultaba extraño; no era una actitud comprensible teniendo en cuenta el tono de voz que había usado conmigo en la llamada de esa misma mañana.

 

 

 

 

Me senté en el sillón, miré a mi alrededor y me quedé algo sorprendido. No había fotografía familiar alguna, algo que su padre acostumbraba a tener y mostrar cada vez que alguien, trabajador de la empresa o ajena a la misma, pasaba a su despacho para tratar cualquier tipo de tema. Se sentía orgulloso cada vez que hablaba de su familia, se "inflaba" literalmente. En ocasiones, se desviaba de los temas de trabajo para hablar por ejemplo, de su hijo Jonathan, el mayor de tres hermanos varones y dos mujeres. Estaba muy apegado a él, decía que como Sargento de los Marines de los Estados Unidos, se tenía que hacer cargo de los aspirantes y su formación..,era el paso que él denominaba " de niño a hombre". Hablaba con entusiasmo, de vez en cuando, mostraba un vídeo de su hijo el cual enseñaba cómo pasar la "pista americana" de entrenamiento militar, bromeando sobre la formación que debería de tener un vigilante; si no la misma, por lo menos algo parecida. Siempre en aquel instante me observaba y adivinaba mi conformidad de sus comentarios con mis gestos.

Seguidamente, se encontraba Mathew, que a sus veintiocho años de edad, era un profesional de la abogacía. Estaba en posesión de unos de los mejores bufetes de abogados de todo el Norte de América. En su cartera de clientes figuraban los más prestigiosos artistas de la gran pantalla, protagonizando como no, los más sonados desenlaces jurídicos respecto a rupturas y demás temas de pareja que, casi a diario, el señor Steven Mayers guardaba en una gran carpeta a modo de recorte de periódico cada vez que el nombre de su hijo aparecía por parte de algún columnista en el más que conocido diario "The New York Times".

La primera de sus hijas llamada Amanda, a pesar de su corta edad, ya se podía adivinar el futuro tan prometedor que presentaba como diseñadora de joyas. Contando con tan sólo dieciséis años, tuvo la gran oportunidad de realizar, gracias a sus dotes artísticas, algunos bocetos de pequeñas piezas, que, talladas en piedras preciosas, pertenecerían a una conocida firma de moda Italiana. A raiz de ese primer trabajo, la prestigiosa empresa se ofreció a pagar sus estudios universitarios y la futura proyección laboral de la pequeña en ese momento. Hoy en día realiza trabajos para las diferentes casas reales de los cinco continentes, y, cada pieza que realiza alcanza valores insospechados en el mercado.

Después, se encontraba como no, el que era hoy en día mi jefe, el Señor Austin Mayers, que, a pesar de haber iniciado una carrera de arquitectura , se quedó a medio camino viéndose sus estudios truncados por la avaricia, el dinero fácil y sus variadas maneras de conseguirlo. La manera más usual de obtenerlo era el trapicheo con coches de lujo y gran cilindrada. Su padre tuvo que sacarlo en más de una ocasión de la cárcel del condado, usando los contactos más relevantes en el mundo de la seguridad. Así actuó hasta poder vivir de su padre, esperando a que se jubilara o falleciera, pensando en que sería el heredero de la empresa, ya que sus hermanos tenían buenos oficios y sus ingresos eran bastante aceptables.

En último lugar se encontraba Lindsay, que, nada más finalizar la carrera de Bellas Artes, abrió una pequeña tienda de antigüedades a las afueras de la ciudad. Trabajaba a media jornada, incluso en ocasiones faltaba semanas enteras teniendo una empleada para ella poder realizar sus trabajos de restauración para varios museos del continente Americano y alguno que otro Europeo. Su nombre se relacionaba con algunas obras de finales del siglo XVII, gracias a la perfecta y trabajada conservación de los pigmentos. Su conocimiento a la hora de reconocer los autores de las mismas, y la verificación de autenticidad de otras muchas obras más, ayudando también al departamento de policía especializado en falsificación y estafa de Obras de Arte.

--Bueno Frank, así que desgraciadamente no sabes cómo ni porqué falleció Sultan. Supongo que tendrás que decirme algo al respecto--, me miró el señor Mayers a los ojos apoyando el trasero en su mesa y superponiendo ambas manos en su rodilla izquierda, ya que era ésta la que quedaba en el aire.

--No sé a qué se refiere señor, anoche el servicio estaba tranquilo, como de costumbre, y Sultán permaneció conmigo en todo momento--. Respondí intentando no retirar la mirada de su rostro.

--Una cosa te voy a decir, me puedes tomar por tonto pero no soy gilipollas--, me dijo con voz tenue mientras se volvía hacia un cajón de su mesa para coger un habano.

--Lo único que te va ha salvar por el momento… es que el pobre animal llevase más de trece años sirviendo para la empresa y que sus achaques eran visibles a diario. Por mi parte ya estarías en la calle, pero puedes dar gracias a la gente que me rodea y te estima, que sabe hacer bien la pelota… y eso sé valorarlo muy bien--, musitó entre dientes mientras encendía el puro, tirándome bocanadas de humo a la cara.

”Serás capullo”, pensé para mis adentros, intentando evitar que esas o peores palabras fueran expulsadas de mi boca dejando mostrar únicamente una irónica sonrisa, guardando mis puños cerrados y entrelazados a mis espaldas.

--La ver dad que todo el mundo sabe cómo soy,… y mi lealtad a la empresa--. Quise decirle alguna que otra cosa más, pero he de reconocer que no estaba en una situación personal como para poder expresarme libremente, sin ningún tipo de tapujo. Lo habría despachado de igual manera que lo hice con su hermanastro hacía unos minutos.

--Me da la impresión Frankie…..,de que te dejas algo en el tintero, pero no puedo pasarme todo el día hablando de tonterías cuando tengo cosas más importantes que hacer--.

Esa última expresión la dejó caer mientras se tocaba sin pudor la entrepierna, guiñando un ojo a Jenny, la nueva secretaria, que por sus maneras daba a pensar que entendía más de cuestiones sexuales que de redactar cartas y actas de reuniones.

--¡ Ah…, se me olvidaba, coge mil dólares y hazte con un nuevo compañero, y hazme un favor….¡ quítate esa mierda que llevas puesta en la cara!--. Estaba claro, su última referencia la hacía al pedacito de papel que aún llevaba colocado en mi cara después de cortarme con la maquinilla.

Me toqué la cara y me dirigí a él sonriente: -- ¡ah, esto!…me corté mientras me afeitaba--.

-- Menos mal que no te dio por hacerte ingles brasileñas, no sé cómo habría acabado aquello--, contestó mientras se relamía y sonreía observando el trasero de Jenny, que embutido en unos ajustados jeans de color negro, marcaban su figura al completo de cintura hacia abajo. La verdad es que no debería de haber mucha diferencia entre verla desnuda o con esa ropa ceñida a su cuerpo.

-- ¡Bueno… lárgate de aquí, pide el dinero en tesorería y hasta que no termines de hacer las cosas que te he pedido no aparezcas por la oficina!…¡y cómprate unas tiritas para la cara, antes que me arrepienta de mi decisión!.

-- Ok, con su permiso…--.

-- Sí…. Vete… anda…--.

Salí por aquella puerta, cruzándome con Jenny, dedicándome ésta una sonrisa un tanto morbosa, mientras, a mi paso, noté cómo rozaba con sus voluptuosos pechos mi espalda, dirigiéndose a sentarse en el sillón que yo había ocupado hacía un par de minutos.

-- ¡No te olvides de cerrar la puerta al salir!--. Dijo el señor Mayers en el momento que iniciaba a cerrar las cortinas de su despacho e iniciaba lentamente un leve caminar hacia su secretaria.

 

 

 

 

 

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   Hoy he iniciado un nuevo proyecto, escribir un libro va a ser para mí un reto personal, después de escribir para componer canciones,poesía,el hecho de tener tantas cosas en la mente me ha inspirado para escribir algo interesante.